(Texto de Óscar López Hernández leído en la presentación de la novela de Mónica Lavín, Hotel Limbo, el 28 de agosto en Profética)
Se trata de 226 páginas que uno puede leer de un tirón. La novela Hotel Limbo de Mónica Lavín, trata de historias sin aparente acción, de soledades compartidas; todo ocurre en la cabeza sus personajes.
Sara, una mujer alrededor de los 40 años, llega a una pequeña ciudad de provincia no localizable en el mapa de nuestro, país porque contiene elementos de muchas ciudades, donde impartirá un curso de “cómo hablar bien frente al público”. Paradoja que contrasta con esta novela de silencios.
Darío, un pintor del DF que va a esa ciudad a la búsqueda de su hijo y de sí mismo. Y Algueien, joven de 22 años, cuya presencia fantasmagórica, nos hace pensar que puede ser cualquiera, alguien, pero conocido.
La reunión de los tres en el Hotel Limbo, nos arroja al limbo de las relaciones amorosas. Sara busca explorar sus sensaciones, ejercer su erotismo como mero acto físico rompiendo con el estereotipo de que la mujer debe estar enamorada para hacer el amor. En contraparte, Darío, que pinta en silencio a Sara, habla consigo mismo, y este es uno de los elementos de primer orden de la novela. Porque si el tiempo y el sonido son los elementos sustanciales de la música, en la pintura y la narrativa todo ocurre en un espacio (un lienzo, un muro, una hoja en blanco) el silencio. Darío nos da un goce adicional a la trama porque al verse en el espejo, que por momentos es Sara, hace un recorrido por varios mundos. Con Rilke, Rodin, Picasso, Vermeer, Ray Man, Praxiteles, Doménico, Rafael, Boucher y Balthus, entre otros, nos confronta a los lectores, y se confronta frente a sus modelo desnuda para hacernos reflexionar sobre que él no quiere poseerla físicamente, desea atraparla a través de un acto efímero, en el lienzo que la preservará en el tiempo.
A diferencia de la fotografía (sin ninguna manipulación en el laboratorio o cibernética) sabemos que una modelo desnuda se convierte en mero pretexto para aquello que ven los artistas plásticos. La modelo desnuda no sólo se muestra como tal sino que el ojo del artista la aprehende, la transforma. Pensemos en las Señoritas de Avignon de Picasso o en La Maja desnuda de Goya; seguramente no será igual a la mujer que posó para el español; la maja es otra, una mujer que nos habla sin hablar desde el pasado, reúne tiempos distintos y dialoga con geografías y culturas distintas. Eso también es Sara: modelo involuntaria se torna en “voz” de las mujeres que inmortalizaran Toulouse-Loutrec entre otros. Posa en el abandono.
No pude dejar de pensar en el cuadro de Balthus Mujer y gato y la relación que otro escritor mexicano hace entre las artes plásticas y la literatura: Juan Garcìa Ponce. Es precisamente esta pintura la que establece vasos comunicantes con Hotel Limbo.
Y por añadidura, hacemos un recorrido desde los ojos de Darío por distintos momentos en la historia de la pintura y la escultura desde Praxìteles hasta los Impresionistas.
Insisto en por qué la de Mónica Lavín es una novela de interiores: no hay voluntad en Darío para salir a lugares soleados y grandes espacios; quizá le interesa controlar la luz que su ojo entrenado conoce.
El erotismo de esta novela está en la piel del texto, como el aroma de una mandarina al desgajarla. Conmueve porque sus personajes son verosímiles, porque Mónica es escritora a secas, no busca escribir en un lenguaje políticamente correcto. Escribe desde la entraña de sus personajes y su lenguaje.
Se trata de 226 páginas que uno puede leer de un tirón. La novela Hotel Limbo de Mónica Lavín, trata de historias sin aparente acción, de soledades compartidas; todo ocurre en la cabeza sus personajes.
Sara, una mujer alrededor de los 40 años, llega a una pequeña ciudad de provincia no localizable en el mapa de nuestro, país porque contiene elementos de muchas ciudades, donde impartirá un curso de “cómo hablar bien frente al público”. Paradoja que contrasta con esta novela de silencios.
Darío, un pintor del DF que va a esa ciudad a la búsqueda de su hijo y de sí mismo. Y Algueien, joven de 22 años, cuya presencia fantasmagórica, nos hace pensar que puede ser cualquiera, alguien, pero conocido.
La reunión de los tres en el Hotel Limbo, nos arroja al limbo de las relaciones amorosas. Sara busca explorar sus sensaciones, ejercer su erotismo como mero acto físico rompiendo con el estereotipo de que la mujer debe estar enamorada para hacer el amor. En contraparte, Darío, que pinta en silencio a Sara, habla consigo mismo, y este es uno de los elementos de primer orden de la novela. Porque si el tiempo y el sonido son los elementos sustanciales de la música, en la pintura y la narrativa todo ocurre en un espacio (un lienzo, un muro, una hoja en blanco) el silencio. Darío nos da un goce adicional a la trama porque al verse en el espejo, que por momentos es Sara, hace un recorrido por varios mundos. Con Rilke, Rodin, Picasso, Vermeer, Ray Man, Praxiteles, Doménico, Rafael, Boucher y Balthus, entre otros, nos confronta a los lectores, y se confronta frente a sus modelo desnuda para hacernos reflexionar sobre que él no quiere poseerla físicamente, desea atraparla a través de un acto efímero, en el lienzo que la preservará en el tiempo.
A diferencia de la fotografía (sin ninguna manipulación en el laboratorio o cibernética) sabemos que una modelo desnuda se convierte en mero pretexto para aquello que ven los artistas plásticos. La modelo desnuda no sólo se muestra como tal sino que el ojo del artista la aprehende, la transforma. Pensemos en las Señoritas de Avignon de Picasso o en La Maja desnuda de Goya; seguramente no será igual a la mujer que posó para el español; la maja es otra, una mujer que nos habla sin hablar desde el pasado, reúne tiempos distintos y dialoga con geografías y culturas distintas. Eso también es Sara: modelo involuntaria se torna en “voz” de las mujeres que inmortalizaran Toulouse-Loutrec entre otros. Posa en el abandono.
No pude dejar de pensar en el cuadro de Balthus Mujer y gato y la relación que otro escritor mexicano hace entre las artes plásticas y la literatura: Juan Garcìa Ponce. Es precisamente esta pintura la que establece vasos comunicantes con Hotel Limbo.
Y por añadidura, hacemos un recorrido desde los ojos de Darío por distintos momentos en la historia de la pintura y la escultura desde Praxìteles hasta los Impresionistas.
Insisto en por qué la de Mónica Lavín es una novela de interiores: no hay voluntad en Darío para salir a lugares soleados y grandes espacios; quizá le interesa controlar la luz que su ojo entrenado conoce.
El erotismo de esta novela está en la piel del texto, como el aroma de una mandarina al desgajarla. Conmueve porque sus personajes son verosímiles, porque Mónica es escritora a secas, no busca escribir en un lenguaje políticamente correcto. Escribe desde la entraña de sus personajes y su lenguaje.
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