El profesor animoso, el borracho profesional, la experta en relaciones públicas, la alumna invariablemente juvenil, el comprometido salvador de ballenas, el novio a quien no da vergüenza presentar en público, la consumidora concientizada, todos podemos en algún minuto prodigioso hacer a un lado nuestras asalariadas petrificaciones y enfrentarnos a nuestra libreta privada, que sin clemencia pero con ligereza nos dice: " soy alcohólico, soy un genio, soy un farsante, y eso a nadie le importa, ni siquiera a mí".
Dos puñados de libretas frente a millones de blogs. Y es que, claro, también son portátiles, también se pueden pomposamente intervenir, también sirven como diario, agenda, lienzo o diván. Sin embargo, algunos insisten en preferir lo táctil: palpar la sospechosa mancha real sobre la libreta almenosprovisionalmente real.
Y una cosa más: la libreta no es para consumo generalizado sino de uso personal. Se aprende a leer cuando se escribe, se aprende el énfasis cuando se deja una hoja en blanco.
Hasta que a alguien se le ocurre un concurso y una exposición de libretas... el daño está hecho.
Gabriel Wolfson
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