martes, 16 de diciembre de 2003

Nota aparecida en el periódico Síntesis: "Periodismo y literatura, al mismo nivel ya que su herramienta de trabajo es la misma: la palabra escrita."

Ruvulcaba: no hay hijos bastardos ni hermanastros ni padres putativos en la literatura.

Periodismo y literatura, al mismo nivel ya que su herramienta de trabajo es la misma: la palabra escrita.

En torno a una mesa, que no de cantina, cuatro alegres bohemios disertaron sobre la paternidad del periodismo en las instalaciones de Profética, la Casa de la Lectura, donde contra viento y frío se propuso la discusión ¿El periodismo, hijo bastardo de la literatura? Ante un público ávido de palabras, los escritores-periodistas Víctor Roura, editor de cultura de El Financiero; Mariano Morales, director de Síntesis Puebla, y el académico Frank Loveland, como moderador de la mesa, buscaron acuerdos entre sus experiencias para definir una ancestral discusión.

Las coincidencias fueron varias y giraron en torno a las definiciones, el primer acuerdo fue que ambos, el periodismo y la literatura deben estar al mismo nivel ya que su herramienta de trabajo es la misma: la palabra escrita. Otro acuerdo fue que el periodismo es literatura que se rige bajo esquemas y reglas propias, y que está sometido a la ética y al servicio social. Ambos trabajan con el acontecer diario y con la imaginación fantasiosa, además de que el periodismo a diferencia de la “literatura” se somete a tiempos estrictos de escritura y publicación, lo que requiere de mucho oficio y manejo del lenguaje.

Tanto los libros de Ruvalcaba como los de Mariano Morales han sido imaginados –comentó Roura para Síntesis- no hay pues hijos bastardos ni hermanastros ni padres putativos en la literatura. La imaginación es literatura y entre ésta y el periodismo hay una fusión como en el jazz. Que hacemos sino literatura en la vida diaria hasta cuando mentimos, porque es imaginación, la hacemos aunque no necesariamente la escribamos. La literatura, continúa Roura, es sólo una y consiste en contar lo que uno siente y piensa. Yo creo que el que escribe siempre está contando las circunstancias que le rodean y está tratando de decir la verdad de lo que le tocó vivir.

Mariano Morales recordó la cita de que “el lenguaje es la gramática del pensamiento” y que el periodista tenía que estar escribiendo las 24 horas de día. Pensamos, tenemos las imágenes en la mente y lo hacemos lenguaje, expuso. El periodismo es una disciplina que exige mucha imaginación, mucha fantasía y destreza literaria para hacerlo bien, porque no podemos vender gato por liebre en nuestras notas periodísticas –sentenció tras su vaso de Barcardí blanco campechano-el periodismo está sujeto a la objetividad y al acontecer diario, mientras que en la literatura tenemos las alas completamente libres y volamos hasta donde se pueda llegar; se tiene sólo la frontera de la imaginación como límite. Aunque finalmente toda la imaginación y la fantasía son trabajo, es lecturas, vida.

Literatura y periodismo –dice Mariano – nacen del mismo origen, del mismo deseo de las personas de expresar lo que ven, lo que creen y lo que sienten. Pero también tienen sus diferencias técnicas como las tendrían entre la poesía y la novela. Se dice que el periodismo es literatura bajo presión, finalizó. La materia prima del escritor o del periodista es –abundó Ruvalcaba – la palabra. Es un vínculo y ambos escriben sobre las circunstancias que los rodean. La verdad de las cosas es que los bastardos somos nosotros, las personas, los lectores. El periodista somete a la palabra escrita a su propia tabla de valores y el escritor lo hace con absoluta libertad y no le importan los aspectos políticos o sociales. El periodista tiene como fin una misión civil, es un profesional en la palabra escrita, pero no un autor veleidoso.

Realmente los escritores desprecian a los periodistas, abunda Eugenio, porque no saben lo que significa someterse a escribir a diario con ese ritmo. Este es un tema interminable, confiesa en exclusiva, pero creo que el escritor tiene mucho que aprender del periodista, porque este último vive de la escritura diaria y el escritur hace muchas cosas antes que vivir de su escritura. El frío seguía allí, el encanto de las palabras se diluía entre las copas de anís y ron que desfilaban frente a los escuchas y tras los micrófonos; las preguntas no se hicieron esperar hasta que se escupió la siguiente: “¿A qué hora termina esto?”, ante tal estupidez la magia terminó y no quedó más que hacerse a un lado porque levantaban las sillas para que el pato tomara de nuevo su lugar.

Joaquín Ríos Martínez
Síntesis
16 de diciembre de 2003

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