lunes, 4 de abril de 2011

Presentación de "La marrana negra de la literatura rosa" (Sexto Piso)

Postura oficial de Profética ante lo sucedido el pasado jueves 31 de marzo de 2011, durante la presentación de éste libro:

Las presentaciones de libros que organizamos en Profética no tienen como fin principal vender ejemplares, sino ayudar a difundir textos, autores e ideas que consideramos interesantes o valiosos y que a nuestro juicio merecen la atención de las comunidades lectoras de la ciudad.
            Lo que ocurrió el pasado jueves 31 de marzo me pareció claramente una provocación con fines publicitarios por parte del autor de La marrana negra de la literatura rosa. La otra posibilidad es que no haya entendido el elogioso e inteligente texto de Gabriel Wolfson, pero no quiero acusar al autor de tonto.
            Por ello decidí no seguirle el juego a Velázquez y no beneficiarme económicamente de su montaje, construido sobre el menosprecio, el melodrama y los insultos. 
            Me doy cuenta de que pisé un terreno muy resbaladizo y, no queriendo dar pie a lecturas equivocadas de mi decisión, desde el sábado 2 de abril puse nuevamente a la venta en la librería de Profética La marrana negra... y La Biblia Vaquera.
            De más está decir que ambos títulos han estado disponibles para su lectura gratuita en la biblioteca de Profética desde hace por lo menos un mes.

José Luis Escalera
Profética, Casa de la Lectura


jueves, 16 de diciembre de 2010

Cultura para construir ciudadanía

Los gobernantes de todas las épocas se han encargado siempre de asegurar que una buena dosis de opio corra por las venas de sus gobernados. En nuestros tiempos la industria del entretenimiento, con la televisión e internet como punta de lanza, nos inocula masivamente con productos que de manera burda o sutil nos convencen de no pensar, no esforzarnos, no enfrentar nuestra vida con sus ambigüedades y claroscuros, no cuestionarnos: si consumimos, seremos felices. Si nos dejamos entretener y divertir por ella seremos dóciles, obedientes, inofensivamente ignorantes. Es el opio contemporáneo, consumido por todos, pero en jóvenes como muchos de los nuestros, que en realidad no aprendieron a leer y no dominan ni las cuatro operaciones básicas, los efectos son terribles. 
Pero nuestros políticos se cuidan las espaldas, y para que no les reprochemos complicidades que los incriminen, mantienen, si bien a regañadientes y con presupuestos exiguos, consejos, institutos o en el caso al que quiero referirme, Secretarías de Cultura: para cubrir las apariencias y no parecer ignorantes o de poco mundo. O yo qué sé por qué lo hagan, a juzgar por lo poco que les interesa el tema. Custodian el polvo en una que otra biblioteca, montan exposiciones, conciertos, festivales, obras de teatro, regentean museos y galerías. Pero en el fondo su “oferta cultural” no se diferencia mucho de los productos que ofrece la industria del entretenimiento: entregar bonitas mercancías, dignos kits culturales, a un público que, según se espera, ha de mantenerse en la pasividad.
            En estos días, el insistente rumor sobre los planes (por parte de la nueva administración estatal que encabezará en Puebla Rafael Moreno Valle)  de fusionar la Secretaría de Cultura con la de Educación Pública, nos obliga a preguntarnos sobre el papel que debería cumplir el Estado en el tema de cultura. Me refiero a lo siguiente: si la gestión cultural desde el Estado no hace más que validar y reforzar el consumismo y la pasividad individualista que nos rodea y aniquila, algo está fallando en serio, pero no se resolverá con cambios en la forma, que es lo que implicaría la pretendida fusión, la cual me parece innecesaria y peligrosa.
Innecesaria porque el problema no está en la estructura legal de la dependencia que se encargue de la cultura en el estado, sino en las políticas culturales que se instrumenten desde ella y en la voluntad, la improbable lucidez del nuevo gobierno estatal de apoyarlas, léase asignar un presupuesto suficiente, mínimo del uno por ciento del presupuesto total, como recomienda –utópicamente en nuestro medio- la UNESCO. Desde la Secretaría de Cultura el gobierno debería de gestionar una cultura que creara ciudadanos, no que reforzara la pasividad y el consumismo que nos ahogan.  La construcción de ciudadanía como eje de la gestión cultural del próximo gobierno: despertar poblanos, despertar su conciencia, su inconformidad, su creatividad, su sensibilidad, su capacidad de involucrarse con la ciudad y sus problemas, su capacidad de construir otros modos de convivir y de ser, de aceptarse y respetarse en su riqueza y diversidad. En suma, que no los considere compradores ni personas aburridas a quienes basta con llenar sus horas de ocio, sino algo más simple: que los considere – y, para empezar, que los propios funcionarios se consideren a sí mismos – agentes y usuarios de esa cultura.
Peligrosa porque, francamente, la pretendida fusión parece una concesión al poderoso sindicato de maestros, que ningún favor le hace a nuestro país en la educación y cuya presencia en la nueva super secretaría no haría más que encarecer su gestión y, tornándola clientelar,  aportaría una buena dosis de burocracia, ineficacia y lentitud: lo que  menos necesita la gestión cultural en Puebla.
Por qué no mejor conservar la Secretaría actual pero con autonomía y  presupuesto suficiente, instrumentando un proyecto cultural enfocado a construir ciudadanía y a recomponer tejidos sociales, encabezada por un Secretario que no se endiose ni publicite y que, en cambio, milagro absoluto, una vez finalizado el sexenio pueda regresar a su trabajo de siempre, cualquiera que sea, como un ciudadano más.

José Luis Escalera

sábado, 6 de noviembre de 2010

Próximos eventos




¡Peligro! ¡Cuentos sueltos!


Todos los sábados del año, a la una de la tarde ven con tus hijos a las funciones de narración oral en la librería.


Entrada libre.


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viernes, 13 de agosto de 2010

El Santo del Mantel

La geografía del mantel

La ciudad es un escenario apto para ser explorado en todas sus partes, un laboratorio social generador de expresiones culturales. Las ciudades están vivas, en movimiento y son dinámicas, en ellas se expresan elementos históricos que son vigentes, actuales y se conforman como parte de la identidad individual y colectiva. La presencia de residuos postcoloniales en América Latina ha generado en este sentido una cultura de resistencia que es sobretodo visible en el contexto urbano. Como expresión de ellos se conciben espacios, se genera iconografía, rituales, utensilios, etc., que se integran a los saberes y memoria colectiva para darle sentido a nuestra identidad individual.
A través del proyecto los participantes se dedican a recolectar iconografía producto de un contexto urbano, su obra se basa en la estética relacional y la construcción de lenguajes de forma colectiva. A través de la etnografía urbana y la colección de imágenes construye de forma colectiva discursos que cuestionan al espectador acerca de la memoria y la identidad. En toda su obra hay un elemento recurrente referido a las diferentes formas de expresar memoria y la formación de memoria a través de su relación con estímulos externos (voluntarios o impuestos). Memoria, narraciones e intercambio de roles que está presente como constantes en su obra. Al coleccionar imágenes que no son parte del discurso dominante, al crear nuevos relatos, al componer de manera neobarroca Endress resulta diferente y original.
El vocho en mitad del patio


El proyecto “Centropia: Santos y Superhéroes entre simulacros y narraciones extraordinarias” retoma estructuras arquitectónicas e iconográficas urbanas y las mezcla con técnicas tradicionales repositorios de la memoria colectiva, como el tejido y el bordado, para construir un discurso que cuestiona acerca de la memoria y la subsistencia. Además retoma expresiones contemporáneas de lo barroco.
CENTROPIA propone una serie de manifestaciones visuales como reflexión acerca de los residuos postcoloniales presentes en la cultura urbana y se inspira en un elemento recurrente expresión del barroco inserto en la vida cotidiana: el mantel plástico floreado de los puestos de “memelas”. Estos manteles describen en sí mismos un espacio de ilusión, narrativo y atemporal: frutas que no se descomponen, flores inmortales, aves sin vuelo. En palabras de Endress “El mantel de los puestos de “memelas” es imperecedero, alegórico, espacio reconocible y repetible. El mantel es un territorio, una geografía que revela un acto dentro de un sistema social, una práctica de inclusión y al mismo tiempo otra de exclusión, un acto capital de resistencia e identidad. El mantel como espacio geográfico es el hito de la informalidad gastronómica, como acto social, como contrapunto al vacío, a la materia inestable, a la superficie callosa”.


Arquetopia es una fundación que promueve el desarrollo y la transformación social por medio de programas educativos, artísticos y culturales con los jóvenes. La organización es única en su tipo con un enfoque contemporáneo, multidisciplinario e internacional con programas como: Art Academy, Artist in Residence, Public Art, Scholarships, & Internacional Collaborations, donde se involucran artistas, empresas, instituciones y organizaciones sociales. Los jóvenes que ingresan a estos programas se ven inmersos en un proceso de ampliación de sus opciones y posibilidades como seres humanos, teniendo acceso a una educación especializada, desarrollando el sentido del profesionalismo, fomentando la conciencia social, aumentando su seguridad frente al riesgo y contribuyendo al desarrollo artístico y cultural en una comunidad internacional. Arquetopia busca tener un impacto positivo en la sociedad a mediano plazo a través del trabajo creativo con los jóvenes generando una experiencia colectiva. Informes en Huamantla 95, La Paz, Puebla, Pue. Tel: 594-7728


viernes, 16 de julio de 2010

"Luz de luciérnagas" de Edson Lechuga



Jueves 15 de julio de 2010


Luz de Luciérnagas

Edson Lechuga



La lejanía es perspectiva.
La lejanía es un modo de autoconocimiento.
Luz de luciérnagas representa el esplendor de la lejanía: una novela del exilio. Luz de luciérnagas es un ejemplo de ese exilio de los mexicanos que es en realidad un intento  de hallar un modo de no desvanecerse, de pervivir, aunque sea estando lejos, aunque sea siendo invisibles. La novela está llena de sentencias desde la lejanía. Así comienza. Cito:
“Alejarte demasiado de aquello que amas es meter la cabeza en un hoyo negro: si no eres capaz de salir de tanto en tanto y dejar que la luz acaricie tus pupilas, empiezas a perder la vista hasta que tus ojos enceguecen y olvidan”. Fin de la cita. 
Luz de luciérnagas es la hechura o la formación errática, a ciegas,  de una episteme, la construcción de una definición fundante que constantemente está siendo olvidada. Detrás de la novela se halla la secreta esperanza en que, de hallarse esta episteme en lo individual, será posible hallarla también en lo colectivo. Un mexicano es todos los mexicanos. Luz de luciérnagas es un alarido perpetuo. El terremoto de 85 todavía no se acaba.
Hace apenas diez o quince años, las novelas escritas por mexicanos radicados en el extranjero, o que habían vivido lejos de México, estaban atravesadas por un sesgo cosmopolita y posnacional. Los autores de la generación del crack escribieron condicionados e impulsados por una sensación de optimismo que hoy –eso se sabe- se ha perdido irremediablemente. La construcción afortunada de un proyecto nacional se ve en perpetuo entredicho. La literatura hecha por mexicanos habrá de ser síntoma de esta angustia si no quiere ser estéril.




Antonio Blanco y Edson Lechuga

Apenas pasado ese entusiasmo posnacional mencionado con anterioridad, las letras mexicanas escritas en el exilio hablan de nuevo de nuestros viejos temas: de búsquedas y de soledades. El viejo asunto de la identidad, que hace diez años parecía dejarse atrás, olvidarse por lo sano, hoy, en novelas como la de Edson Lechuga, resurge como el gran asunto de nuestras letras. En el debate de si esto representa una virtud o un obstáculo, una etapa histórica o la más profunda condición metafísica de nuestras inclinaciones, se inserta esta novela de sentencias, de presentimientos, de soluciones y salvaciones apenas esbozadas.
Este asunto está inconcluso, por supuesto, y la solución –a la mexicana- se diseñará  no gestándola desde un piso firme ideológico o político,  sino al contrario; ideándola mientras estamos en constante movimiento. Este gesto bizarro tiene las dimensiones de una afrenta cósmica: Nos buscamos a nosotros mismos mientras la tierra tiembla. En México se puede ser narciso, pragmático o metafísico dependiendo del interlocutor o del día de la semana, sin incurrir en contradicción alguna.
Pareciera que no puede ser de otro modo, sea una condena o una virtud, lo es en toda regla, y a veces es tan absurda como una mala broma: buscamos la quietud a través de métodos vibratorios: Huyendo mientras sucede un terremoto.
Esta huida es por supuesto, más que una búsqueda inacabable, una fe de que en realidad hay algo que somos y que al ser hallable, nos definiría finalmente.
Luz de Luciérnagas relata una huida, una huida y por tanto, una lejanía. Esta lejanía es oscura, y sus únicos frutos, lejanos también, pero inexorables, son la ceguera y el olvido. Olvido en ambas direcciones:
Número 1.-El olvido de los que se quedan hacía el que se exilia, ante el migrante, y que es sin duda, la muerte anticipada de la muerte real y posible del exiliado. En la novela la realidad más sólida está hecha de recuerdos.
Y número 2: El olvido que le crece al exiliado con respecto a los que se quedan. Olvido acaso más triste aún. Un suicidio ritual hecho a base de rutinas y de novedades por igual.



Edson Lechuga






Por eso, para el migrante la nostalgia es salvación. La nostalgia, fantasía autista en condiciones normales, es para el exiliado, su conexión con el mundo que desea real: El síndrome del jamaicón revela su utilidad parmenídea.
En Luz de Luciérnagas el que huye evita la muerte porque recuerda, porque anhela, y porque ese recordar se somatiza en padeceres y dolores cuyo alivio se halla sólo en el regreso. Por eso las cartas y las llamadas telefónicas, sustitutivos de la presencia, son tan importantes en la novela, porque son el retorno prefigurado, virtual, a un origen que al ser visitado por segunda vez, debería tener posibilidades menos tristes.
La huida es también la catástrofe. De aquí la referencia al terremoto de 85. Suceso central y parte aguas de la narración. La huida pues,  es generada por la catástrofe, es catástrofe en sí misma y sus frutos son asimismo, catastróficos. Por eso nuestras novelas gritan siempre, lo mismo que nuestras canciones y nuestra alegría.
El círculo de la tragedia se cierra, su mordedura atenaza candentemente: La búsqueda se origina por las catástrofes, pero son éstas mismas los obstáculos que impiden que la búsqueda termine.
¡El exilio es un laberinto! Todo indica que sin salida, además.

En luz de luciérnagas, movilidad y trepidación son sinónimos de angustia.
En Luz de luciérnagas, estabilidad y tranquilidad son sinónimos de aquello que se parece más a la felicidad.
En medio de esta búsqueda entre opuestos están los paraísos perdidos.
Dicen que ninguno de estos paraísos es tan feroz ni tan mordente como el del mexicano.
En efecto, si la nostalgia es pulsión y presencia en las letras mexicanas, en aquellas escritas por los mexicanos en el exilio, la vocación por la nostalgia es al mismo tiempo profecía, redención y simulación de patria. Estando ambos en el exilio, vi muchas veces, con estupor y embeleso, a Edson Lechuga desgranar con sumo amor a la patria perdida, a través de gestos, de intuiciones, y de palabras, sobre todo eso, palabras. En Luz de luciérnagas leo por tanto, la obra genuina de un autor mexicano, lejos de las tentaciones -cegadoras también-, de querer escribir como un turco, o como un alemán o como un chileno.
Los ejes de la novela serían entonces, los grandes temas-traumas de lo mexicano: la lejanía y la soledad (Pregunténle a Paz, a Pitol, a Becerra, tan mentado en la novela. Pregúntenle a Bolaño, incluso): En medio de ellas se halla la catástrofe, en este caso, repito, el terremoto de 85.
Suceso mítico, palabra retumbante en sí misma. Palabra madre que engendró a toda una generación, sesgada de las anteriores.
El protagonista de la novela, Germán Canseco, presiente el terremoto. Se inventa signos que le advierten, que intentan gritarle también de la inminencia de la tragedia.  Pero no los quiere oír, ni ver, ni dilucidar. La ceguera se impone, al igual que la lejanía y la soledad. Y lo que esta ceguera evita que suceda es todo aquello que el protagonista desea.
A esta lejanía y soledad  las redime, como siempre, el recuerdo de los meandros del amor (y si no del amor, de algo muy triste que se le parece): este recuerdo salvífico, pura solidez metafísica, es el recuerdo de encuentros sexuales furtivos y casi anónimos, nunca definitivos; encuentros y relaciones, o sospechas de relaciones que en la novela aparecen perdiéndose también, o recién tomando forma,  o recordadas a duras penas.  En todo caso no presentes, desdibujadas, perdidas.
Acaso este sea uno de los aciertos de la novela: el no oponer a la lejanía y a la ceguera la mera luz redentora, la ya falsa salida de los finales prístinos y definitivos, felices, dirían los más antiguos;  sino solamente chispazos, atisbos apenas de algo que, aunque indefinido, es algo más que la total oscuridad: habitaciones a media luz, recuerdos fragmentados que remiten a visiones más solidas de uno mismo. En Luz de Luciérnagas la salvación no está en el porvenir sino en desandar lo avanzado. La recompensa no es ningún laurel o gloria. Ni ningún hogar tampoco: es solamente la oportunidad en penumbras de seguir buscando, de seguir recolectando (o alucinando), pequeños hallazgos.
Por eso la novela sitúa sus palabras en limbos innumerables: “A medio camino entre el futuro y el pasado, sin llegar a ser presente”.
La huida, los amores cortados de tajo, los terremotos y otros continentes, son los actos y las palabras de las que Luz de luciérnagas se nutre y desenvuelve. Lejanía y soledad son las maneras abreviadas, limitadas, seguramente injustas, de describir la sensación que la novela suscita.
La narración volcada sobre sí misma, renuente a fabricar metatextos o glosas de otras glosas, hace diferente a la novela de Edson Lechuga de otras novelas contemporáneas, en donde casi cualquier cosa sirve de pretexto para no narrar, para no desenrollar una historia, intentando revestir de tintes épicos a nimiedades innumerables. Luz de luciérnagas narra, recuerda, pero también detalla. En medio de sus ejes principales, habitan precisiones y frases de orfebre, de acabada hechura, pequeñísimos soles que parecen sentencias de un sabio hecho en el D.F. y en la huasteca que quién sabe por qué motivos fue a parar con sus huesos a Cataluña.


Edson Lechuga leyendo un fragmento de "Luz de luciérnagas". A su lado, Antonio Blanco

En Luz de luciérnagas convive el gran marco de lo narrado, su centro y motivos principales, en igualdad de importancia y protagonismos con la descripción detallada de escenas casi microscópicas del  caos y del cosmos, de la psique, del eros y del ethos: “Con el índice detuve la gota por un instante”…o quizás: ”El angel que llora en la costilla de Eva  es virgen, a Eva sería pecado vestirla, Eva no es mantarraya, Eva es sirena…”
Unas últimas loas al autor, a quien tuve el honor de conocer en donde reside, en Barcelona. Además de que vive para la literatura, y de que es un ser humano excepcional, sus dotes de chef no se quedan atrás. Sus antojitos mexicanos hechos con ingredientes bolivianos son excepcionales. Nunca un pozole me ha sabido tan rico como el que compartimos en su terraza  el verano pasado.
Como dijera Oscar Wilde, muy en consonancia con lo que he dicho hasta ahora: Ya ni la nostalgia es como antes.


Antonio Blanco




http://tiendaenlinea.profetica.com.mx/libros/LUZ-DE-LUCIERNAGAS/941850/978-607-7720-64-5




lunes, 5 de julio de 2010

Siete años con Walser y Paz, entre otros


Les pedimos que perseveren y que nos sigan
ayudando. ¿Qué podemos ofrecerles en cambio? Ser fieles
a nosotros mismos.  No nos avergüenza decir que
la literatura es nuestro oficio y nuestra pasión.  Cierto, la
literatura no salva al mundo; al menos, lo hace visible: lo
representa o, mejor dicho, lo presenta. A veces, también, lo
transfigura; y otras, lo trasciende.

Octavio Paz 


Profética: 7 años 7

Comencé a leer mucho porque la vida me negaba, pero la lectura tenía la bondad de afirmar mi carácter, mis inclinaciones.


Robert Walser





sábado, 5 de junio de 2010

Lectura de poesías de Arturo Dávila

Guillermo Carrera y Arturo Dávila


Sírveme un tequila doble, Ganímedes,
y ponme un plato con sal y limón,
que aunque hoy es Día de Muertos,
hay mucho que celebrar:

pasé por la Rotonda de los Hombres Ilustres
y quiero seguir viviendo
(y bebiendo):

recordé
que los "hombres famosos"
( y sus amantes)
también mueren.
Arturo Dávila


http://tiendaenlinea.profetica.com.mx/libros/CATULINARIAS/941093/978-84-7517-611-6

domingo, 16 de mayo de 2010

Presentación de "Melodrama" de Luis Zapata

Luis Zapata vino a Profética a presentar la nueva edición de Melodrama (Quimera ediciones, 2009)

Brahim Zamora, Sergio Téllez-Pon y Luis Zapata


Texto de Luis Zapata, leído por él con motivo de la edición de Melodrama por Quimera  Ediciones:

Melodrama en Puebla

                                                                                                                                    Para Arturo

Antes que nada, quiero agradecer al Comité Orgullo Puebla la invitación para venir a presentar la nueva edición de Melodrama aquí. Me encanta esta ciudad custodiada por ángeles, y la visito siempre con entusiasmo. Voy a compartir con ustedes algunos distantes recuerdos concernientes a la escritura de Melodrama, que ha tenido la suerte de ser rescatada del olvido en dos o tres ocasiones. Sobra decir que la edición de Quimera es la que más me gusta, no sólo por la amistad que me une con su editor, Sergio Téllez-Pon, sino también por las características físicas del libro y por el cuidado con que fue hecho.
     Ahora ya no estoy seguro, pues han pasado treinta años desde que empecé a escribir Melodrama, pero creo recordar que todo comenzó cuando mi amigo Mario de la Garza me platicó una anécdota que había vivido su novio de entonces: estaba discutiendo con su madre, cuando ella se cayó de la escalera. Iba a decir “No sé por qué la situación me pareció hilarante”, pero mentiría, pues sí sé que a todos nos dan risa las caídas, las torpezas, las metidas de pata, sobre todo cuando no somos nosotros los protagonistas. Pero más que hilarante, la situación se me hizo muy cinematográfica, especialmente si la escena se situaba en una de esas grandes escaleras en abanico que, más que como decorados, funcionaban como personajes de las películas en blanco y negro. Sin embargo, no tengo mucho de cineasta, aunque sí de cinéfilo, y pensé que la única manera de aprovechar esa escena era incluyéndola en una novela que homenajeara y parodiara cariñosamente el cine que vi durante mi infancia en Chilpancingo, a donde las películas llegaban a veces con mucho retraso. Pensé también que si la aparatosa caída de la Madre por las escaleras no constituiría el eje en torno al cual girara la historia de la novela, sí podría ser uno de sus momentos climáticos.

     Todo pareció darse bien desde el principio: ya tenía a dos de los personajes principales, encontré pronto el estilo y las atmósferas de la novela; es posible que hasta ya se me hubiera ocurrido el título. Quise, además, que Melodrama tuviera la estructura de un guión cinematográfico, e incluso una de sus escenas está escrita de esa manera, con las indicaciones técnicas, los parlamentos de los actores y, en otra columna, la canción que se escucha como fondo musical. En cuanto al lenguaje, me propuse que fuera bastante convencional, con abundancia de lugares comunes y figuras retóricas que evocaran un cine y una literatura ya pasados de moda. Sólo en los diálogos me permití una mayor libertad, sin caer en el libertinaje de un excesivo coloquialismo que pudiera romper el tono. Quise igualmente que cada personaje tuviera su propia manera de hablar, aunque no sé si lo logré. Otra de mis intenciones era hacer continuas referencias al cine y al lenguaje del cine: me di vuelo mencionando a los actores, pero sobre todo a las actrices que me gustaban, aludiendo a escenas de mis películas favoritas y no favoritas, y quizás abusé de términos como “pick-ups” y “back-projections”, recursos que, por lo demás, el cine de ahora ya no emplea. Sabía también que la novela no podía ser demasiado larga, no para seguir los consejos que da sobre el relato Edgar Allan Poe en cuanto a la “unidad de impresión”, sino porque pretendía asemejarla lo más posible a un guión cinematográfico, un guión de los de antes, claro, que tenían entre 90 y 120 páginas, cada una de las cuales contaba por un minuto en pantalla. Al menos eso había leído yo en algún lado. Y quería, sobre todo, que Melodrama fuera tan falsa como una película, o, mejor, tan verdadera como una película, pues algunos pensamos que la ficción tiene más sustento y solidez que la llamada vida real.
     Aunque por momentos los encontraba un tanto melosos, me gustaron los personajes de Álex y Áxel: los dos son guapos, simpáticos y tiernos. Pero debo confesar que me gustaron más los personajes femeninos de Melodrama: la madre de Álex y la esposa de Áxel. Me identifico más con ellas, principalmente con la Madre, a quien le presté algunas características mías que no mencionaré. Prefiero a la madre preocupona y a la esposa abandonada y vengativa porque son personajes más complejos. Por otra parte, las maldades que urden las villanas de las historias las vuelven más divertidas.
     Recuerdo, también, la escritura de Melodrama ligada a la de mi tesis. No diré que me aburría redactar la tesis: siempre es bienvenido cualquier tipo de escritura. Pero en general disfruta uno menos de las cosas que hace por obligación. En este sentido, Melodrama compensaba con creces la relativa aridez de lo académico, y me hacía pasar con gusto de los vastos campos y los umbríos bosques de la Edad Media francesa a los modestos interiores de la colonia Portales mexicana. Recuerdo en especial la escena en que el Compadre seduce a la Comadre, aunque quizá sucede lo contrario. Es muy posible que imaginar y escribir ese pasaje me haya hecho sonreír, acaso reír.

      Dije que la escritura de Melodrama se dio bien desde el principio, y es cierto. Lo que sí me costó algo de trabajo fue la corrección, pues sentía que a la novela le sobraban unas veinte cuartillas, lo que no era poca cosa tomando en cuenta que, si mal no recuerdo, tenía ciento veinte. Mi abuelita usaba con frecuencia el dicho que asegura “Más vale que sobre y no que falte”. Pero es un dicho que ella aplicaba sobre todo a la comida: siempre había que preparar de más, por si alguien llegaba de improviso a la casa a esas horas. En el terreno de la literatura no parece funcionar, o sólo funciona al escribir el primer borrador. Después, hay que seguir los consejos de los que sí saben, como Augusto Monterroso, quien asevera que todos los escritos salen ganando si se hacen los suficientes cortes. Finalmente pude quitarle a Melodrama las páginas que en mi opinión le sobraban. Ya no quité más porque tampoco se trataba de hacer un cortometraje.
      En dos o tres ocasiones quise llevar al cine Melodrama, y hubo un momento en que pareció que el plan iba a concretarse. Escribí con relativa facilidad el guión, y mi amiga, la experimentada productora de cine y teatro Angélica Ortiz me dio muy buenos tips, no sólo sobre guionismo, sino también respecto a cuestiones técnicas de la producción y la dirección cinematográficas. Muchos amigos apoyaron el proyecto, y no tardé en integrar un sólido reparto con actores que aceptaron participar sin cobrar su sueldo. La cereza del pastel iba a ser Angélica María, que fungiría como la narradora, un personaje más del cine de antaño, que no sólo servía para ubicar la historia, sino que contribuía al tono artificioso, o artificiosamente literario de las películas.          
   Incluso la noticia apareció en los periódicos. Pero nos enfrentamos a la dificultad de siempre: el dinero para la producción. Angélica Ortiz, arrojada como era, se ofreció a sacar a crédito la película de la Kodak. Se lo agradecí, desde luego, pero no quise aceptar su ofrecimiento. Tres años después, la Ortiz dirigió mi adaptación teatral de Melodrama, en una puesta en escena que gozó de buena fortuna.
Todavía hace poco tiempo volví a replantearme la posibilidad de dirigir en cine Melodrama, pero esta vez la idea no me sedujo más allá de unos días. Me di cuenta, por suerte, de que lo que pretendía hacer con esta novela, es decir, un personal homenaje al cine mexicano, ya lo había hecho al escribirla. Querer dirigirla en cine equivaldría a repetirme, no porque el proyecto careciera de retos, sino porque considero, como muchos, que el cine es también una forma de escritura, y no le hallé interés a escribir de nuevo lo que ya había escrito, con mayor o menor éxito.
    Quiero cerrar mi participación no con un recuerdo lejano, sino con una anécdota reciente. No recuerdo por qué razón, le comenté hace poco a mi mismo cuate Mario de la Garza que lo que me había contado hacía muchos años sobre su novio aquel, a quien llamaremos Álex, como el protagonista de la novela, era lo que había despertado en mí el deseo de escribir Melodrama: la espectacular caída de la madre de Álex de las escaleras. Mi amigo Mario, riéndose, me corrigió: la caída de la madre de Álex no había sido de las escaleras de su casa, sino de una de esas pequeñas y portátiles escaleras a las que uno se sube para colgar un cuadro en un lugar que no alcanza muy bien, y que a la señora no le había pasado nada grave, fuera, quizá, de algún raspón. Pero el mal ya estaba hecho: ya había escrito Melodrama como me imaginaba que podían haber sucedido las cosas: a veces hay que enmendarle la plana a la realidad, que no siempre es divertida o llamativa.

Luis Zapata



sábado, 15 de mayo de 2010

Debate sobre diversidad sexual y derechos humanos, semana LGBT en Puebla

Brahim Zamora, Oscar Castro, Javier Arellano

Como parte de las actividades de la semana de la diversidad sexual en Puebla, el Comité Orgullo Puebla y Profética organizaron un debate sobre diversidad sexual.



Con la participación de Brahim Zamora, del Comité Orgullo Puebla,  Oscar Castro, coordinador del Centro de Derechos Humanos Ignacio Ellacurría, S.J. de la Universidad Iberoamericana Puebla y de Javier Arellano, oficial de VIH/SIDA del Fondo de Población de las Naciones Unidas en México (UNFPA) se llevó a cabo este debate sobre derechos sexuales y diversidad.